Reseña sabatina: “Odisea en el zeptoespacio” de Gian Francesco Giudice

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Tras leer la reseña de Tommaso Dorigo, «A Zeptospace Odyssey – Gian Giudice’s Brilliant New Book,» AQDS, Jun 12, 2010, me costó varios meses, pero logré conseguir este estupendo libro sobre física de partículas en el LHC del CERN. Preparé un borrador de una reseña, pero no apareció en este blog (muchos de mis borradores corren la misma suerte). En aquel momento pensé que estaría muy bien que este libro fuera traducido al español, pero que eso nunca ocurriría. Nadie estaba interesado entonces en la física de partículas. Sin embargo, los neutrinos superlumínicos de septiembre de 2011 y el descubrimiento del Higgs en julio de 2012 han generado tal revuelo mediático que la física de partículas ya forma parte de los temas imprescindibles en la divulgación en español. Y como tal, la traducción de este libro era una necesidad. Luis Álvarez-Gaumé y Juan José Gómez Cadenas han luchado contra viento y marea para ello. Al final el libro ha visto la luz gracias a la plataforma de divulgación JotDown. Si te gusta la física de partículas, no puedes dejar de leer a Gian F. Giudice, «Odisea en el zeptoespacio,» JotDown Books, 2013.

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Reseña sabatina: «S=ex². La ciencia del sexo» de Pere Estupinyà

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«En ciencia, cada investigador sabe que lleva una tenue linterna que le permite iluminar sólo una parte de una enorme habitación oscura. Uno enfoca hacia una dirección y otro en otra. Por separado pueden iluminar diferentes rincones y llegar a conclusiones totalmente dispares. Pero poco a poco, cuando las luces científicas van aumentando y juntándose unas con otras, la habitación empieza a revelar su contenido. Y sólo el que no quiere ver se resiste a modificar sus ideas preconcebidas.» Extracto de la página 78 del nuevo y muy recomendable libro de Pere Estupinyà, «S=ex². La ciencia del sexo,» Debate, abril 2013. El texto sigue más o menos así: «Muchas veces se descubre una ventana a otra sala oscura todavía más grande, que, vaya paradoja, aumenta nuestro desconocimiento sobre la realidad. Éste es el lento proceso que estamos siguiendo con la naturaleza, el universo y el cerebro humano, esperando que algún día la luz científica sustituya a la oscuridad y la elucubración.»

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Sábado, reseña: «Biotecnología en el menú» de José María Seguí Simarro

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En 2011, ante un auditorio formado por profesores de enseñanza secundaria de la rama de ciencias, José María Seguí Simarro impartió una conferencia titulada «Panorama actual de la Biotecnología vegetal.» Expuso argumentos a favor y en contra de los transgénicos de un modo y con un peso parecido al reflejado en su libro «Biotecnología en el menú,» Cátedra de Divulgació de la Ciència, Universitat de València, 2013. «Tras la charla, una de las asistentes formuló en voz alta con un tono serio, contundente y seguro: «¿Podría Vd. decirme qué hacía y quién financiaba sus investigaciones en EE.UU.?» ¿Por qué haría la asistente esta pregunta tan personal y tan fuera de contexto? Quizás pensara que «si alguien viene aquí a defender los transgénicos, que todos los bienpensantes sabemos son malos, es que tiene algún inconfesable interés para hacerlo. El ponente debía estar vendido al «lado oscuro» y quería arrastrar al auditorio con él» [página 173].

La respuesta de Seguí Simarro fue que «estuvo trabajando en una universidad pública, que se nutre de fondos del Estado y de las matrículas que abonan los alumnos, y de ahí se pagaba su investigación. Además, el salario venía abonado íntegro por el NIH, el equivalente al Ministerio de Sanidad español. Se dedicó a estudiar cómo y por qué se dividen las células vegetales, lo que, hasta donde se sabe hoy en día, nada tiene que ver con la transgénesis. En ese momento a la asistente le cambió el rostro. No le satisfizo la respuesta. Se le notó que no era lo que esperaba. Siguió preguntando sobre otros temas pero con mucha menos seguridad en la voz» [páginas 172 y 173].

También nos cuenta que le ocurrió algo parecido al «conocido divulgador científico Félix Ares en otra charla. Al tocar el tema de las plantas transgénicas, preguntó a la audiencia si había alguien que no estuviera dispuesto a consumir transgénicos. Levantó la mano un muchacho, a quien el Prof. Ares preguntó por las razones de su negativa. El muchacho respondió: «¡Porque llevan genes!» No es de extrañar que si a alguien le bombardean con alegatos en contra del uso de genes en organismos transgénicos acabe desarrollando fobia génica. ¿Alguien le explicó a este muchacho que en cada una de sus millones de células tiene miles de genes?» [pág. 174].

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Jose Miguel Mulet, autor de «Los productos naturales, ¡vaya timo!,» Colección ¡Vaya timo!, Laetoli, 2011, aparece citado en el libro de su colega Seguí Simarro: «¿Qué intereses mueven a algunos científicos que crean infundadas alarmas sociales con este tema? Podría ser que en algún caso fuera simplemente un interés crematístico o ansia de notoriedad de científicos que pretenden conseguir una relevancia que por su trabajo en el laboratorio no conseguirían. Así lo afirma al menos el científico valenciano José Miguel Mulet en una reciente entrevista» [pág 157].

«El analfabetismo científico de gran parte de los estratos sociales es un hecho a nivel mundial que puede tener, y de hecho ya está teniendo, graves consecuencias en la percepción del mundo tecnológico que nos rodea. Carl Sagan decía que «la mezcla de poder por el lado de la ciencia e ignorancia por parte de la sociedad que le da sustento es una mezcla explosiva altamente peligrosa e inconveniente» [páginas 116 y 117].

«Las emociones y los sentimientos, irracionales en la esencia, son uno de los principales motores de las personas. Resulta curioso ver que muchos de los que tienen esta visión idílica de los campos de cultivo, más parecida a un inmenso jardín del Edén que a lo que realmente son, no tienen muchos reparos en que se modifiquen genéticamente otros organismos para producir medicinas, o en que se construyan pantanos que alteran el curso de los ríos, o diques que impiden en movimiento natural del mar, o carreteras que cruzan y desforestan bosques y parques naturales, o túneles que atraviesan montañas, o incluso coches que todos los días contribuyen a alterar la composición natural de la atmósfera. Es decir, para algunos se puede alterar y manipular la naturaleza, siempre que no sea mediante transgénesis, porque la trasngénesis tiene algo especial. Algo que con datos objetivos no se sostiene, pero que al parecer sí tiene sentido desde un discurso emocional» [páginas 122 y 123].

«Es esencial hacer ver a la sociedad que cuando sale al campo y ve un precioso maizal, no está viendo «naturaleza salvaje en estado puro.» Es tan artificial como lo sería un maizal transgénico. Y lo mismo sucede con el resto de los cultivos que utilizan semilla híbrida. Lo importante no es que el cultivo sea transgénico, sino que tenga genes mejores la flora autóctona. De hecho, los cultivos comerciales están causando pérdida de la biodiversidad y erosión genética desde hace ya muchos años» [página 100].

«Todas las alertas alimentarias vegetales registradas por la EFSA han sido debidas a alimentos convencionales o ecológicos (que se supone son más sanos y seguros), nunca transgénicos [fuente]. El riguroso sistema de control y seguridad que exige la legislación a los transgénicos, pero no a los convencionales ni a los ecológicos, hace que los transgénicos sean los alimentos más seguros que jamás ha habido» [página 89].

Por supuesto, «no existe ningún ámbito de riesgo cero. Jamás. Toda actividad humana conlleva un cierto riesgo que ha de ser evaluado en función de los beneficios que tal actividad reporta. Hay numerosos productos naturales que incluyen peligrosas sustancias muragénicas o cancerígenas, como la pimienta negra, las setas comestibles, el apio o los frutos secos, y sin embargo, no los comemos sin miedo y sin percibir en absoluto el riesgo que su ingesta conlleva. ¿Por qué? Porque son naturales. Ningún conservante alimentario autorizado llega ni de lejos a ser tan peligroso como las bacterias u hongos que el conservante evita» [página 124].

«Biotecnología en el menú» es un complemento ideal a «Los productos naturales, ¡vaya timo!,» escrito con seriedad, repleto de referencias bibliográficas (muchas de ellas a artículos técnicos) nos presenta argumentos con rigor científico a favor y en contra de los transgénicos. Obviamente el equilibrio se decanta hacia los argumentos a favor, pues desde un punto de vista científico se trata de la única opción razonable.

Sábado, reseña: «Mala Farma» de Ben Goldacre

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Me gustó «Mala Ciencia,» un libro fresco y necesario. El nuevo libro de Ben Goldacre, «Mala Farma,» editado por Paidós Contextos, sigue el mismo camino, pero lo lleva hasta el extremo. Quizás demasiado. Un libro recomendable para estudiantes de medicina y profesionales de la salud, pero que puede dejar un mal sabor de boca a los que somos pacientes potenciales. Goldacre en «Mala Farma» se recrea en la hipérbole, una figura retórica poco habitual en el ensayo de divulgación científica. En mi opinión, la hipérbole resulta un poco desagradable en un texto de 380 páginas. La verdad, no puede ser verdad que todo sea tan malo como lo pinta Goldacre en su libro. Su recopilación de casos (muchos poco conocidos) muestran una situación de la medicina y la farmacología tan escandolosa que el inexperto como yo llega a la conclusión de que no puede ser todo tan malo como lo pinta Goldacre en «Mala Farma.» Por supuesto, espero no equivocarme.

En el primer capítulo se trata el problema de los «Datos que faltan.» La ciencia funciona a base de contrastar hipótesis; cuando uno propone una hipótesis para explicar un fenómeno físico y realiza una experimentación para ratificarla, puede que, por  contra, los datos muestren que la hipótesis era incorrecta; en dicho caso, lo normal es que omita publicarlo, por vergüenza y porque publicar resultados negativos es casi imposible. Sin embargo, como nos cuenta Goldacre, en medicina el asunto es más complicado, hay vidas humanas en juego.

«En 2009, se publicó por primera vez un estudio que examinaba en concreto cuántas de esas primeras pruebas clínicas experimentales en seres humanos llega a ver la luz y cuántas quedan ocultas. Reunidos todos los ensayos de este tipo aprobados por un comité deontológico a lo largo de un año, se constató que al cabo de cuatro años [aún no] se habían publicado nueve de cada diez, y transcurridos ocho años, cuatro de cada cinco seguían sin estarlo.» [Páginas 26-27]

En física (y otras ciencias) no hay daños colaterales en pacientes debido a que no se publiquen los resultados negativos (las hipótesis fallidas).

«Dado que los investigadores gozan de total libertad para ocultar los resultados que quieran, los daños a los que se ven expuestos los pacientes son de una magnitud inconmensurable en el campo de la medicina, desde la investigación a la práctica diaria. Los médicos ignoran totalmente los verdaderos efectos de los tratamientos que aplican. ¿Funciona realmente este fármaco o me han ocultado la mitad de los datos? Vaya usted a saber. ¿Vale la pena este costoso fármacoo se han maquillado los datos? Vaya usted a saber. ¿Matará este fármaco a los pacientes? ¿Hay alguna evidencia de que sea peligroso? Vaya usted a saber.» [página 28]

Goldacre destaca la importancia de los metaanálisis realizados por la Colaboración Cochrane, como ya hizo en «Mala Ciencia,» aunque en «Mala Farma» el discurso resulta un poco pesado pues se reiteran los argumentos una y otra vez, como tratando de que hasta el más torpe se entere de lo que se quiere decir.

En el segundo capítulo «¿De dónde salen los nuevos medicamentos?» y en el tercero «Malos organismos reguladores,» Goldacre nos recuerda que «la pela es la pela» (en inglés «money talks»).

«La investigación sobre eficacia comparativa [de fármacos] es crucial, [pero muy costosa]. Barack Obama [actual presidente de EEUU] demostró a muchos académicos y médicos que comprendía [con claridad] los grandes problemas de la sanidad al anunciar [en 2008] que gastaría 1.000 millones de dólares en ensayos clínicos comparativos entre los fármacos que se emplean en los tratamientos más corrientes. […] Porque la investigación sobre eficacia comparada de fármacos es un campo de vital importancia para todos, y en muchos casos la utilidad de averiguar cuál es el fármaco existente que mejor resultado da supera con creces el coste de desarrollar nuevos fármacos.» [páginas 144-145]

En el capítulo cuarto, «Malos ensayos clínicos,» se nos recuerda que hay efectos espurios en los ensayos si se realiza un número muy elevado de análisis o si se dividen los resultados en un número muy grande de subgrupos. Yo destacaría los comentarios de Goldacre sobre el ensayo de un procedimiento quirúrgico llamado endarteriectomía.

Los investigadores «decidieron examinar hasta qué extremo podían poner en práctica esta idea (en broma) dividiendo a los pacientes en la mayor cantidad de subgrupos imaginables. [… En uno de dichos subgrupos] observaron que el beneficio de la cirugía dependía del día de la semana en que había nacido el paciente: sería de imbéciles basar las decisiones clínicas en ese dato. Observaron [también] una maravillosa relación casi lineal entre el mes de nacimiento y el resultado clínico: en los pacientes nacidos en mayo y junio se observó un extraordinario beneficio, pero a medida que corría el calendario el efecto se diluía más y más, hasta que en marzo la intervención tenía visos de ser casi perjudicial. Si estos resultados descubrimientos hubieran sido en relación con una variables biológica plausible, como la edad, el análisis de dicho subgrupo habría sido difícil de ignorar.» [página 193]

El breve capítulo cinco, «Ensayos clínicos más amplios y más sencillos,» da paso al sexto, «Marketing.» Me ha resultado muy pesada la lectura de este capítulo. Yo destacaría el siguiente párrafo sobre el conflicto de intereses: «business is business, science is science.»

«Los científicos están obligados a declarar sus intereses económicos cuando publican un trabajo. Pero los editores [de las revistas científicas] que imponen este requisito a los colaboradores, casi todos se han eximido ellos mismos. Es curioso. La industria farmacéutica tiene unos ingresos de [unos] 600 billones de dólares y compra muchísimo espacio publicitario en las revistas académicas, lo que representa muchas veces el capítulo más importante de sus ingresos.»  [página 274]

Este problema no sólo afecta a los demás médicos, también nos afecta a todos nosotros (si somos médicos o futuros médicos). Goldacre recomienda algo obvio, pero como muchas cosas obvias, que se olvida fácilmente.

«Todos los médicos deben declarar los pagos, obsequios, invitaciones, cursillos formativos, etcétera, a los pacientes, a los colegas y en un registro central.» [página 302]

El epílogo final, «Mejores datos,» resume todo el libro en unas veinte páginas. Su primer párrafo merece ser repetido.

«Estarán abrumados, y no se lo reprocho. Dedicaremos unos instantes a recapitular y a reflexionar sobre cómo se defendería un ejecutivo de la industria para, a continuación, ver cómo arreglar las cosas.» [Página 305].

En resumen, un libro muy bien documentado, con gran número de referencias bibliográficas, pero cuya lectura resulta pesada. Repetir los mismos argumentos una y otra vez no ayuda a entenderlos mejor. Me gustó «Mala Ciencia,» pero no me ha gustado tanto «Mala Farma,» aunque recomiendo su lectura a los médicos y a quienes aspiran a serlo. Seré muy crédulo, pero no me parece que el panorama farmacológico sea tan pésimo como sugiere Goldacre en su libro «Mala Farma.»

Sábado, reseña: «Hasta el infinito, y más allá» de Clara Grima y Raquel García Ulldemolins

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—¡Toma, toma, toma! ¡Cómo mola! —como diría el pequeño Ven. Hay muchos libros titulados «Hasta el infinito, y más allá» pero el de Clara Grima y Raquel García Ulldemolins, editado por Espasa, es único por muchas cosas. Gracias a las (mate)aventuras de Ven(tura), Sal(vador) y su fiel compañero canino Gauss, niños y adultos disfrutarán acercándose a las matemáticas desde un punto de vista muy diferente al habitual. «Un libro para todos aquellos que temen a las Matemáticas,» complemento ideal a «El Diablo de los Números» de Hans Magnus Enzensberger. Este estupendo libro de Clara y Raquel, que recomiendo a todos los lectores, es un regalo ideal para ocasiones especiales y, por qué no, para todas las ocasiones. ¿Aún no lo has leído? ¡A qué estás esperando!

El libro empieza por el más difícil todavía: «Perdona, Buzz, pero después del infinito no hay nada.» Qué padre no ha tenido que contestar a las preguntas ¿qué es el infinito? y ¿qué hay más allá del infinito? que se realizan todos los niños tras oír a Buzz Lightyear en la saga Toy Story de Disney Pixar. Un concepto difícil que se ilustra en el libro gracias al hotel de Hilbert en «¡Mi infinito es más grande que el tuyo!» Muchos padres disfrutarán con este capítulo, aunque creo que para muchos niños será un inicio muy duro. Yo hubiera empezado el libro con algo más ligero, más gráfico, quizás con «¿Qué es eso que dibujas Mati? ¡Ese caramelo es mío!» sobre los diagramas de Voronoi, famosos en España gracias a «¿Está Voronoi? Que se ponga,» «Cada uno en su región y Voronoi en la de todos» y por supuesto a «Mati y sus mateaventuras

Sigue el libro por un camino difícil para los niños, con «Mati, ¿estás segura de que π no es racional?,» y con «Voy a leerte la mente, abuela.» Los matemáticos disfrutan explicando la evolución del concepto de número, pero conceptos tan abstractos como el de número real o el de números binarios, propios del siglo XIX, me parece que deberían formar parte del final del libro y no del principio, pues pueden desanimar a muchos lectores potenciales.

Muchos de los tópicos presentados en el libro son muy conocidos, pero se presentan con tal frescura que se disfrutan como si fuera la primera vez. En «Flores, palacios y números» se discuten el número aúreo, «No te creo Mati, ¿cómo va ser un número de oro?,» y la sucesión de números de Fibonacci, «Una flor, otra, dos flores.»

Clara Grima investiga en geometría computacional en la Universidad de Sevilla, por lo que tiende a poner ejemplos de teoría de grafos con los que disfrutarán grandes y pequeños. «Cómo voy a salir del laberinto sin el hilo?,» «¡Ese caramelo es mío!» y «¿Por qué no hay un poli en cada sala?» son claros ejemplos. Tópicos modernos e interesantes con los que disfrutarán incluso los estudiantes de ciencias matemáticas y los profesores de matemáticas podrán incorporar con facilidad a sus clases. Todo ello sin olvidar temas muy populares en la divulgación matemática como los tratados en «Pues vaya lío de puentes, ¿no?» y «¿Sólo con 4 colores?» En este último caso yo hubiera retado a los lectores más jóvenes a resolver un problema más sencillo que el famoso mapa de 1 de abril de Martin Gardner, como por ejemplo el siguiente.

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En casa todos hemos disfrutado del libro, pero no todo pueden ser piropos. «Antes de empezar…» nos dice Mati que «a mucha gente no le gustan las palabras esdrújulas» como matemáticas. Sin embargo, el libro abusa de ellas y sobre todo del sufijo «-mente.» Estas palabras dificultan el ritmo de la lectura y deben ser evitadas para lograr una lectura más ágil, sobre todo, en mi opinión, para libros dirigidos a niños y jóvenes. Cuando yo leí por primera vez «respondió vehementemente» me quedé sorprendido. Muchos lectores tendrán que recurrir al diccionario para saber qué es la «vehemencia» o algo «vehemente» (términos aplicados muchas veces al estado emocional del pequeño Ven). Yo hubiera escrito «respondió vehemente» o incluso hubiera evitado este término adulto. Hay muchos más ejemplos como «Gauss miraba atentamente,» que yo hubiera cambiado por «Gauss miraba atento,» o «números correspondientes entre 64 y 127» que yo hubiera acortado a «números entre 64 y 127» sin pérdida de significado.

Yo hubiera hecho una buena revisión del lenguaje utilizado, tratando que fuera menos adulto y más ágil. Hay muchos pequeños cambios que en una segunda edición se podrían corregir con facilidad. Por cierto, el libro presenta pocas erratas, aunque destaca el «2 + x 0,08» en la fórmula de la página 42.

En resumen, me ha gustado mucho este pequeño libro de popularización de las matemáticas. Su módico precio hará las delicias de quienes quieran regalar el mejor regalo posible: un poco de cultura matemática.

Sábado, reseña: «Elemental, queridos humanos» de Juan Luis Arsuaga y Milagros Algaba con dibujos de Forges

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«Mire usted por dónde, ha aparecido, en los últimos años, un «continente» nuevo, lo llaman el «séptimo continente.» Se encuentra entre Asia y América del Norte, en el océano Pacífico. Esta nueva «placa» no «flota» en el manto [de la Tierra], sino en el agua, no está hecha de granito y otras rocas, sino de plásticos, que servirán para que los arqueólogos del futuro daten los yacimientos de nuestra época (el «fósil director»). [Quizás] se pregunten: ¿Para qué usaban las botellas de agua mineral? ¿No salía por sus grifos agua abundante, clara y barata? Entonces, ¿por qué tomaban el agua de los manantiales de montaña, gastaban materias primas para embotellarla, la transportaban cientos de kilómetros a lugares donde no era necesaria, y arrojaban luego los envases a sus ríos y a sus mares?»

Me he leído de un tirón el libro de Juan Luis Arsuaga y Milagros Algaba Suárez, ilustrado con dibujos de Forges, «Elemental, queridos humanos. Vida y andanzas del ingenioso planeta Tierra,» Ediciones Planeta, Madrid, 2010 [295 páginas]. Este libro es de lectura ágil (24 capítulos breves de menos de unas diez páginas cada uno), al más puro estilo de Arsuaga, uno de los grandes divulgadores de paleontología en español, aunque las notas históricas de Algaba no desmerecen lo más mínimo. Aún así, lo mejor del texto son las deliciosas ilustraciones de Forges que lo decoran, a veces muy divertidas, pero que siempre te hacen pensar. Un libro altamente recomendable para todos.

Los que han leído otros textos más técnicos no encontrarán nada nuevo, pero el éxito del libro no es la novedad en los contenidos, sino la frescura de su presentación. Partiendo del origen de la vida en el planeta Tierra y de la biosfera, se adentra en la hipótesis de Gaia, de la mano de James Lovelock y Lynn Margulis, lo que nos lleva a la hipótesis de la endosimbiosis. El Cámbrico nos lleva al Cantábrico gracias a las lampreas y a preguntarnos ¿por qué no vuelan los elefantes y se suben a los árboles las ballenas? Yo no sabía que junto al cuerpo helado del capitán Scott se encontraron rocas con fósiles que recogió en la Antártida en el retorno de su fallida aventura.

El Pleistoceno se inicia en el capítulo 12, que nos lleva a los primeros restos de homínidos. «El genoma neandertal apunta a que los humanos actuales de Eurasia recibieron una pequeña aportación genética (en torno al 2%) de los neandertal , pero los pueblos subsaharianos no recibieron ninguna. ¡Con todo lo que han dicho los racistas de la superioridad y pureza de la «raza blanca»!» La aparición de la agricultura y la ganadería cambiaron la faz de la Tierra, y la cocina nos hizo humanos modernos. Se pregunta Forges con humor: «¿Llegaron los cretenses hasta Galicia en sus navegaciones? El recordado miñotauro de las leyendas gallegas parece confirmarlo.»

Acaba el libro con un alegato ecologista, ensuciamos mucho nuestro planeta, pero la Tierra sigue siendo un hermoso lugar (aunque Nietzche dijera «que tiene una enfermedad llamada hombre»). Los autores nos recuerdan que «no tienen soluciones mágicas a los problemas de la humanidad en relación a los recursos naturales, no son gurús poseedores de la verdad, sino sólo humildes y atribulados científicos.» La cita final de Popper merece aparecer aquí: «Intenten ustedes ver el mundo como lo que seguramente puede considerarse que es, como un lugar hermosísimo que, cual si fuera el jardín, nosotros tenemos la facultad de mejorar y cuidar. Y, al hacerlo, procuren ustedes utilizar la humildad de un jardinero experto y por eso mismo consciente de que muchos de sus intentos fracasarán.» Forges remata con «Algún día, hijo mío, si no lo cuidamos, todo esto será suyo. ¿De quién papá? De la nada, hijo, de la nada.»

Me ha gustado el libro, aunque es, como bien dice el título, elemental, muy elemental, pero y a quién le importa si su lectura se disfruta. Por cierto, «a los científicos no les gustan en general las metáforas, que a menudo sólo son pompas de jabón llenas de aire.» ¡Qué gran verdad!

Sábado, reseña: «Neurociencia para Julia» de Xurxo Mariño

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«En tu cabeza hay unos 86 000 millones de pequeñas baterías cargadas con unos 70 mV (milivoltios). Hay más iones de sodio (Na+) en la cara exterior de la membrana plasmática de tus neuronas que en la interior, pero hay más iones de potasio (K+) en la interior que en la exterior. Los dos tipos de iones tienen carga positiva, pero el cómputo global de esas cargas da como resultado una mayoría de cargas positivas en el exterior respecto al interior, por lo que este último actúa como polo negativo. Las bombas de Na/K mantienen esta distribución desigual de iones consumiendo gran parte de la energía que tomas con los alimentos. El Na+ se acumula como el agua en un embalse, cuando abres la compuerta el agua fluye con fuerza; la membrana de las neuronas tiene muchas compuertas que al abrirse de forma brusca producen una ráfaga de iones Na+ que viajan por sus axones como una sucesión de descargas eléctricas. Cada chorro de Na+ activa la apertura de compuertas que permiten el flujo de los iones K+ en sentido contrario. Esta corriente eléctrica recarga la batería y restituye la distribución inicial de cargas a ambos lados de la membrana. El potencial de acción es la señal eléctrica en una neurona que se produce por la entrada a la célula de un chorro de Na+ seguida de la salida de un chorro de K+. En el «lenguaje» de las neuronas el potencial de acción representa un «1» y su ausencia un «o.» Las neuronas se comunican entre sí en código binario, como los ordenadores digitales.»

Hacer fácil lo difícil es el reto que ha de superar todo divulgador científico. Xurxo Mariño lo supera con maestría en «Neurociencia para Julia,» Laetoli, Nov. 2012 (221 páginas), un libro que nos introduce con sus 24 capítulos, en pequeñas dosis, como la buena cocina de autor, en los secretos de la actividad eléctrica y química que da lugar a tu mente. ¿Quién es Julia? Julia eres tú. Xurxo te guiará para que descubras la esencia de tu ser, tu «yo.» La síntesis de la exposición es la gran virtud del autor, pues no hay tema de neurociencia que no se cubra en el libro (solo echo en falta el tema tabú, las neuronas espejo, y algo de psicología evolutiva). Por ello, el libro es ideal para cualquier persona que quiera introducirse por primera vez en el campo de la neurociencia, casi sin jerga, sin paja, yendo siempre al grano y en un formato que facilita la lectura discontinua (en el metro, en el bus o a ritmo de tentempiés). Te soy sincero, Xurxo es amigo, pero no es la amistad la que me obliga a recomendarte esta joya de la divulgación científica. Su lectura te hará soñar con ovejas eléctricas.

«El lenguaje de las neuronas se escribe en forma de pulsos eléctricos, pero este «idioma» está enriquecido con sinapsis eléctricas y, sobre todo, químicas. En muchos libros podrás leer que las sinapsis son «el lugar donde se transmite el impulso nervioso,» pero esa descripción induce a error. La comunicación en la mayoría de las sinapsis es química: al alcanzar el final del axón (terminal presináptico), la señal eléctrica (el potencial de acción) no sigue adelante, desaparece e induce la liberación de una sustancia química (un neurotransmisor) al exterior de la célula (el espacio sináptico), desde donde llega a un receptor de una de las dendritas de otra neurona. El axón de cada neurona se ramifica para establecer en promedio unas 1000 sinapsis. El efecto de los neurotransmisores sobre la neurona receptora depende del tipo de receptor: en la sinapsis excitadora la neurona se excita y tiende a producir nuevos potenciales de acción, pero en las sinapsis inhibidoras se impide que la batería de la neurona se descargue y se produzcan más potenciales de acción. Los neurotransmisores inducen pequeñas variaciones eléctricas llamadas potenciales sinápticos (PP.SS.), cuya amplitud es mucho menor que los potenciales de acción y pueden generar cambios eléctricos tanto positivos (PP.SS. excitadores) como negativos (PP.SS. inhibidores). Más aún, la misma neurona liberando el mismo neurotransmisor puede ejercer efectos distintos en las distintas sinapsis que forme, porque su efecto está determinado por el receptor, no por el neurotransmisor. El cuerpo principal de una neurona con sus dendritas es como una cabeza con miles de orejas. Cada oreja representa a cada una de las sinapsis que recibe esa célula, y en cada una de ellas la neurona está «escuchando» un mensaje que significa «excitación» o «inhibición» (dependerá del tipo de oreja). ¿Qué hace la neurona? ¿Se excita o se inhibe? Julia, lo que haga la neurona en cada momento dependerá de la suma los mensajes que recibe por todas las orejas. Si esa suma inclina la balanza hacia el lado de la excitación, entonces generará al comienzo de su axón nuevos potenciales de acción. Por el contrario, si la balanza se inclina hacia el lado de la inhibición, se quedará «callada» hasta que la cosa cambie.»

Lo mejor del libro de Xurxo es que te deja con ganas de más. Cada uno de los 24 capítulos es una breve exposición de un tema que requeriría un libro entero. Por ejemplo, en las 10 páginas del capítulo 13, «El misterio del sueño,» se describe como renace tu «yo» cada mañana al despertar, todas las fases del sueño, cómo se observan en los experimentos y cuáles son las teorías más importantes sobre su función. Otro ejemplo, todo lo que siempre has querido saber sobre el efecto de las drogas («sustancias que alteran el funcionamiento normal del sistema nervioso») lo tienes en las 8 páginas del capítulo 17, «Moléculas que cambian el «yo».»  Parece increíble, pero cada párrafo ha sido seleccionado con extremo cuidado para que su contenido sea el mínimo imprescindible para cubrir el objetivo del autor. En  este sentido, «Neurociencia para Julia» es toda una lección para los divulgadores. Imagina una gimnasta de rítmica en acción, todos sus movimientos parecen naturales, como si no costaran esfuerzo, como si lograr una precisión exquisita fuera algo trivial; viendo a la gimnasta cualquiera se imagina a sí mismo haciendo lo mismo, ¡parece tan fácil! Sin embargo, todos sabemos que no lo es. Leyendo el libro de Xurxo me ha venido varias veces a la mente esta imagen.

«El «yo» es el producto de la actividad metabólica y eléctrica del encéfalo y el resto de estructuras del sistema nervioso. Al perder la consciencia, el «yo» no se va a ninguna parte: simplemente deja de ser generado por la actividad neuronal. Se desvanece. Julia, esto que a tí y a mí nos parece evidente, no ha sido siempre así, incluso hoy, hay mucha gente que opta por una explicación mística para la mente. Pero no es posible separar la mente de la estructura que la crea. Todos experimentamos una desaparición del «yo» cada vez que nos quedamos profundamente dormidos. El hecho de que la actividad neuronal pase de un ritmo de 40 Hz a uno de 1-4 Hz hace que perdamos la consciencia. Para que aparezca el «yo» y una persona tenga consciencia de su existencia se necesitan dos cosas: por un lado, que la persona esté despierta (estado de vigilia) y, por otro, que la persona se entere de que está despierta (que la vigilia vaya acompañada de autoconsciencia). Estas dos condiciones no se dan siempre. Durante el sueño profundo y la anestesia general, los niveles de vigilia y consciencia son bajos. Durante las ensoñaciones del sueño REM, la vigilia sigue bajo mínimos, pero el nivel de consciencia es algo mayor. A partir de cualquiera de estos estados del sueño puede darse una transición rápida a la vigilia consciente. Una persona en estado vegetativo muestra vigilia pero no consciencia. Sus neuronas funcionan bien de manera individual, pero no se conectan entre sí de manera coordinada.»

¿Qué he echado en falta en el libro de Xurxo? Los que hemos leído otros libros de neurociencia (hace años yo leía mucho en el contexto de la computación basada en redes de neuronas artificiales) echamos en falta muchos detalles técnicos. El viaje de Xurxo por la máquina de la mente es como un viaje por Italia viendo un documental de TV de 60 minutos de duración; aunque sea de factura exquisita, Italia es muy grande y solo podrá presentar unas pocas imágenes icónicas; viajar a Roma viendo el documental es algo que no tiene nada que ver con pasear por el Campidoglio o ver la Fontana di Trevi al atardecer. Este defecto es también una virtud, pues el libro va dirigido a un público general que no ha recibido una formación previa en neurociencia y que quiere aprenderlo todo con el mínimo esfuerzo. «Neurociencia para Julia» cubrirá todas las expectativas de su público objetivo.

Por otro lado, como suele pasar con el primer libro de muchos divulgadores, también se echa en falta un poco de opinión personal. El libro se lee fácil, pero es algo frío (lo que no quita que a veces haya escuchado en mi mente la cálida voz de Xurxo recitando los pasajes del libro, a algunos andaluces el acento gallego nos resulta atractivo). Falta opinión, falta  que el autor se «arremangue» y se moje mostrándonos sus opiniones personales sobre los temas más polémicos y controvertidos que se presentan en el libro (muchos de ellos de soslayo, como para que no se note). El autor ha superado la prueba del algodón y le deseo «mucha mierda,» pero espero ansioso un libro de divulgación más técnico sobre electrofisiología en el que Jorge Mariño nos hable del estado del arte en la metrología intracelular de la actividad neuronal y el papel del circuito tálamo-córtico-talámico en la consciencia.

En resumen, te recomiendo comprar, leer y disfrutar con «Neurociencia para Julia,» de Xurxo Mariño, porque con toda seguridad, si sigues mi consejo, no te arrepentirás.

Sábado, reseña: «El bosón de Higgs» de Alberto Casas y Teresa Rodrigo

«Un tornillo pegado a un imán tiene menos masa que el imán y el tornillo por separado. La razón es la misma por la que la masa de un átomo de helio es menor que la suma de las masas de sus dos protones, sus dos neutrones y sus dos electrones por separado.» Frase extraída del reciente libro de Alberto Casas (IFT CSIC-UAM) y Teresa Rodrigo (UC, CSIC-UC), «El bosón de Higgs,» CSIC, Catarata, 2012. Un libro de sólo 117 páginas que nos introduce las ideas básicas sobre la física del bosón de Higgs en el contexto del modelo estándar y cómo ha sido descubierto en los experimentos del LHC. Decorado con poquitas fórmulas (muchas con tipografía poco cuidada) y algunos diagramas de Feynman, el libro tiene un nivel asequible para cualquier aficionado a la divulgación científica. Si dudabas si adquirir o no el último librito de Lisa Randall, «El descubrimiento del Higgs. Una partícula muy especial,» Acantilado, 2012, y si me permites un consejo, por casi el mismo precio, cómprate el de Alberto y Teresa. Con toda seguridad lo disfrutarás mucho más.

El libro se lee fácil, aunque me hubiera gustado que los autores hubieran trabajado mejor algunas de las analogías que ofrecen (un defecto que el libro comparte con el de Randall). Por ejemplo, la imagen simple del campo de Higgs como un fluido transparente y viscoso, que no explica la masa de las partículas en reposo, se lleva hasta el abuso en el libro de Alberto y Teresa al afirmar que «en el siglo XX los físicos se han encontrado con el problema de la masa de las partículas y lo han resuelto inventando un nuevo éter» (se dedica una página entera a discutir el Higgs como nuevo éter).

El primer capítulo, «El misterio de la masa,» discute qué es la masa pasando por Newton, Einstein, Higgs y la cromodinámica cuántica. «A veces se visualiza un protón como un saco que contiene no sólo los tres quarks uud, sino también gluones y pares quark-antiquark. Por todo ello, ese saco contiene energía, la máxima responsable de la masa del protón» y de toda la materia que nos rodea. «Este es un hecho que a veces no se reconoce adecuadamente,» por ejemplo, «cuando se dice que el Higgs es el responsable de la masa de la materia.» El capítulo acaba con una brevísima descripción de qué es el espín y las simetrías en teoría cuántica de campos.

«El modelo estándar y el bosón de Higgs,» segundo capítulo, repasa de forma breve el modelo estándar y sus simetrías. «La perspectiva moderna es que la Naturaleza ha decidido por algún motivo poseer algunas simetrías básicas, pero de momento no tenemos respuesta convincente» al porqué. La descripción de qué es una simetría gauge local utilizando el potencial eléctrico está bastante bien. Yo habría discutido en más detalle la sección «masa contra simetría» donde se presenta la idea de que los términos con masa violan las simetrías locales y por tanto están prohibidos, salvo que se introduzca una rotura (espontánea) de la simetría. Me ha gustado la discusión de el mecanismo de Higgs. «El término H ψ² no es un término de masa m ψ² sino una interacción entre el campo ψ y el campo H. Este término es invariante bajo la simetría. Por tanto, la teoría sigue siendo simétrica. Tomando H=H0+h, con H0 el valor del campo de Higgs en el vacío y h como algo cambiante y dinámico, se obtiene que el primer término H0 ψ² es como un término de masa para la partícula del campo ψ, y que h ψ² representa la interacción entre el campo ψ y la partícula del campo de Higgs, el famoso bosón de Higgs. Una idea «descabellada» de Brout, Englert y Higgs.»

En el segundo capítulo yo creo que hubiera quedado todo redondo si se hubieran introducido ecuaciones de onda (unidimensionales) al estilo de Matt Strassler («Fields and Their Particles: With Math» y «How the Higgs Field Works (with math)«). Sin embargo, a partir de la sección «Una imagen sencilla» se cae en el tópico de siempre y lo que iba por buen camino acaba decepcionando un poco (más aún con erratas como «Abbdus Salam»). Aún así, me gusta que se destaque en «Al comienzo del universo…» la importancia de la transición de fase electrodébil en cosmología. «Según los cálculos teóricos, el campo de Higgs tomó su valor no nulo cuando el universo tenía sólo una diezmilmillonésima de segundo. Ese fue un acontecimiento importante en la historia del universo.» Aunque yo habría hablado de la analogía con la rotura espontánea de la simetría en el ferromagnetismo un poco antes y hubiera discutido en más detalles las implicaciones cosmológicas del campo de Higgs.

El tercer capítulo, «La búsqueda y descubrimiento del bosón de Higgs,» describe bastante bien el proyecto LHC (incluso mucho mejor que en el libro de Alberto Casas, «El LHC y la frontera de la física,» CSIC, Catarata, 2009). Lo único que puedo criticar de este capítulo es que no se aclara que los números que se presentan a veces corresponden a colisiones a 14 TeV y otras veces a 7 TeV u 8 TeV. Quizás abusar de poner la coletilla hubiera hecho más pesada la lectura, pero se podría haber hecho uso de notas al pie de página. La breve descripción de los experimentos ATLAS y CMS está bastante bien cuidada. El diagrama de Feynman que ilustra la producción de un Higgs por fusión de gluones y su posterior desintegración en un par de fotones está bien discutido. La discusión del concepto de masa invariante también me parece muy acertada.

Al final del capítulo tercero se discute la dimensión humana del LHC («el lenguaje común de la ciencia») y «la contribución española al LHC.» Yo hubiera discutido este tema con un poco más de profundidad. «España es uno de los veinte países miembros del CERN. En la construcción del LHC trabajaron más de 35 empresas españolas de ingeniería civil, ingeniería eléctrica y mecánica, y tecnologías de vacío; así como empresas de servicios. En los experimentos del LHC están trabajando hasta diez grupos de investigación españoles de distintas universidades y centros de investigación (tanto en ATLAS y CMS, como en ALICE y LHCb, y en el grupo de física teórica del CERN). Muchas de las gráficas que llevaron al descubrimiento del Higgs y que se mostraron el día 4 de julio en el CERN partían de nuestros centros. Además, España alberga uno de los once centros de computación mundiales de la Worldwide LHC Computing Grid (WLCG).»

El penúltimo capítulo, «Más allá del Higgs,» discute «la naturaleza del bosón de Higgs» y la posibilidad de que «del mismo modo que un protón parecía una partícula perfectamente elemental hace ochenta años y luego se comprobó que era compuesta, algo parecido podría estar pasando con el bosón de Higgs. ¿Y qué desean los científicos que suceda? Hay «división de opiniones» entre los que prefieren que el Higgs sea una partícula elemental y que el mecanismo de Higgs puro, descrito por el modelo estándar, salga triunfante, y los que prefieren que se encuentren desviaciones.» Seguidamente se discute «el problema de la jerarquía» que «sugiere la existencia de nueva física más allá del modelo estándar, dentro del alcance del LHC. Todavía es pronto para afirmar que el LHC está poniendo en apuros a la supersimetría, la solución más elegante del problema de la jerarquía, o a la existencia de dimensiones extra» (para una buena discusión de este último punto es muy recomendable el libro de Lisa Randall, «Universos Ocultos. Un viaje a las dimensiones extra del cosmos,» Acantilado, 2011).

Alberto y Teresa discuten en el penúltimo capítulo «el misterio del sabor y los neutrinos» («un tema apasionante que está siendo investigado desde muchos ángulos teóricos y con experimentos diversos, incluido el LHC»), «la materia oscura y la energía oscura» (que Alberto discute en más detalle en su libro «El lado oscuro del universo,» CSIC, Catarata, 2010), y «la gravedad» (donde destacan que «hasta el momento el único candidato serio» para explicar la gravedad cuántica «son las teorías de supercuerdas, que recibirían un gran espaldarazo si el LHC demostrara la existencia de la supersimetría»).

El último capítulo de libro discute «la utilidad de la ciencia básica» y su impacto en la sociedad. «Cuando se habla de los países más desarrollados e influyentes del mundo se suele hacer referencia a su nivel de I+D+i, donde I significa investigación científica, la D desarrollo y la i significa innovación, es decir, transferencia de ese conocimiento científico para generar saltos tecnológicos cualitativos. En la construcción de cada uno de los detectores del LHC participaron más de 400 empresas repartidas por todo el mundo. Se originó numerosas innovaciones tecnológicas que se manifestaron no sólo en la calidad de los productos, sino también en la competitividad y mejora de los procesos de producción de las empresas participantes.» Aún así, los autores caen en los tópicos de siempre, el GPS y la web (WWW), obviando mencionar muchas de las otras grandes innovaciones que la física de partículas nos ha ofrecido durante el siglo XX.

Finalmente, «La necesidad de financiación de la ciencia básica» culmina este breve y muy recomendable libro. «La empresa científica es sin duda uno de los grandes logros de la humanidad, prácticamente un milagro, que sólo ha sido posible gracias a la gran generosidad de la sociedad y al trabajo entusiasta y vocacional de los científicos.

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Como he mencionado dos libros de Alberto Casas, aquí os dejo las portadas y os recomiendo encarecidamente su lectura. La parte del LHC y los experimentos CMS y ATLAS en su último libro me ha gustado porque cuenta muchas cosas que se echan en falta en «El LHC y la frontera de la física,» CSIC, Catarata, 2009 (134 páginas). He de confesar que a finales de noviembre de 2012, en las IV Jornadas CPAN, Granada, me recomendaron leer el libro «El LHC y la frontera de la física» y por ello decidí comprar también «El lado oscuro del universo,» CSIC, Catarata, 2010 (123 páginas). He leído los tres libros estas pasadas navidades y creo que puedo recomendar los tres (aunque el que más me ha gustado es el último).

¿Alguna crítica negativa al último libro de Alberto Casas sobre el Higgs? Quizás lo que menos me ha gustado del libro «El bosón de Higgs» ha sido que, a veces, da la sensación de que ha sido escrito con prisas, sin una revisión cuidada (hay muchas erratas menores, obvias para cualquier físico, pero que no se pueden aceptar en un libro escrito por dos autores, con sendos encéfalos dedicados a corregir uno el trabajo del otro). Espero que tenga éxito, que haya una segunda impresión y que se aproveche para corregir dichas erratas. También he echado en falta una bibliografía (que no falta en los dos libros anteriores de Alberto); aunque breve, siempre se echa en falta tener un punto de referencia para seguir profundizando en un tema tan apasionante como la física del bosón de Higgs.

Sábado, reseña: «El error del pavo inglés» de Antonio José Osuna Mascaró

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El título y el autor me hicieron pensar en un libro de etología animal, o de etología comparada. Nada más lejos de la realidad. La etología brilla por su ausencia, salvo en los capítulos finales. El libro ofrece la respuesta de un biólogo docto, de la mano de la evolución, a preguntas como ¿qué es la vida?, ¿cuál es el sentido de la vida? o ¿qué es la consciencia? Brillante en ciertos pasajes, en otros decepciona. Pero una ópera prima de 245 páginas tiene que ser así. Tiene que dejar la puerta abierta a obras futuras que demuestren todo el potencial del autor. Sin lugar a dudas, recomiendo la lectura de «El error del pavo inglés» de Tay (@BioTay en Twitter), pero empezando por el capítulo séptimo, y último, «La escalera de cristal,» para más tarde retomar los capítulos del cuarto al sexto, de «El error del pavo inglés» al «¿Quién soy yo? ¿Qué es la consciencia?,» y finalmente acabar con la introducción y los tres primeros capítulos, a quien apetezca completar la obra, por completarla, pues no se pierde nada si no se leen.

Pido perdón al autor, Tay, por mi atrevimiento al recomendar un cambio en el orden de los capítulos, pero he de confesar que me costó leer los primeros capítulos y solo continúe leyendo la obra porque, y no me preguntes el porqué, quería abrir la nueva sección de este blog «Sábado, reseña,» con este libro. De hecho, me costó adquirir un ejemplar más de lo que hubiera pensado. Ninguna librería en Málaga (ninguna de las grandes) lo tenía en sus estanterías; lo encargué en una de ellas y se supone que llegó, pero fue traspapelado (¿quién lo disfrutaría por mí?); lo volví a encargar y las fiestas navideñas quedaron atrás (mi sección «Sábado, reseña» no podría empezar con el inicio del nuevo año). Al final, anulé el pedido y lo encargué a la librería granadina por excelencia de Málaga y en una semana ya lo tenía entre mis manos (el libro está editado por la Editorial Universidad de Granada). Unos se preguntarán ¿por qué no lo compraste online?  No sé, pero mi idea con «Sábado, reseña» es reseñar libros que atesoro en papel. Una idea, es una idea, o quizás solo «un error del pavo inglés.» Algunos amigos, autores de libros recientes que he tenido estos días entre mis manos, se preguntarán ¿por qué no empezaste por mi libro? No sé. No importa. No os preocupéis que vuestros libros saldrán en esta sección, faltaría más. Al grano.

Se inicia el capítulo séptimo, «La escalera de cristal,» con «Allí estaba, tan alta como el cielo, brillante, sagrada, bellísima, ¡sólida como el acero! [Desde allí arriba] el ser humano, el único ser creado a imagen y semejanza de la perfección, miraba a todos los demás desde las alturas. Lo que no sabía era que el pavo real ya había construido una escalera igual, pero para alcanzar un surtidor de gasolina.»

¿Qué nos hace humanos? ¿Qué nos diferencia del resto de los animales? «Un error del pavo inglés» nos lleva a creer que «el Universo ha sido «para» que seamos. Pero los acontecimientos no tienen un para sino un porqué. Las ideas teleológicas asociadas a la evolución están plenamente superadas hoy en día. No tenemos ojos para ver, vemos porque tenemos ojos.» No hay ninguna característica humana que no se dé en algún otro animal. Todos los recursos más abstrusos de los intelectuales para demostrar que somos superiores a los animales son rebatibles. Solo los ignorantes de lo que les rodea en nuestra planeta creen que somos el único animal autoconsciente, el único «animal racional.»

La historia de A.L.EX. (Animal Learning EXperiment) y la cognición animal no podían faltar en el libro [charla de Tay en Naukas 2012]. «Alex era sólo un loro, y un loro único, y un único individuo capaz de hacer algo es invisible a la ciencia. La corteza cerebral de un loro es minúscula en comparación con la de los primates, pero los resultados que se obtuvieron llegaron a superar a los de éstos. Un «bicho raro» de la naturaleza, [pero] la empatía, la moral y el raciocinio no son de nuestra exclusiva propiedad.» ¿Pero por qué nos gustan tanto las orcas? «El viejo Tom, «el humorista,» cumplía la «ley de la lengua»: [Los balleneros] se llevan el cuerpo de la ballena y las orcas se deleitan esa noche con la lengua.»

Somos animales. «Nuestra preciosa escalera de cristal era ficticia, debemos asimilarlo y digerirlo, ya no vivimos sobre el resto [de los seres vivos de la Tierra], vivimos con el resto. Si algunos se empeñan en mantenerse de puntillas probablemente lo único que van a conseguir es autoengañarse, ofrecer una estampa ridícula y que les acaben doliendo los tobillos.»

Se inicia el quinto capítulo, «¿Cuál es el sentido de la vida?» con una cita de Eccles: «Hemos llegado al convencimiento de que somos criaturas con algún significado sobrenatural que aún no hemos desentrañado.» Una noticia de sucesos como cualquier otra. «Un abogado que se peleó con su ordenador y lo tuvo que «matar» (le disparó cinco veces con un revólver del calibre 38) por haberle traicionado; llevaba diez años trabajando en un caso y el ordenador le había introducido un grave error en el texto.»

«¿Quién soy yo? ¿Qué es la consciencia?» son preguntas que todos nos hacemos y que Antonio trata de responder en el sexto capítulo de su libro, siguiendo la estela de Ramachandran (experto en sinestesia autor de «Los laberintos del cerebro» y «Lo que el cerebro nos dice»). Un repaso de algunos experimentos neurocientíficos curiosos que tratan de desvelar el misterio del «yo mismo,» le sirven para exponer la idea de los qualia (¿existe el color azul?). No me gusta de este capítulo la referencia a las neuronas espejo, que yo matizaría en gran medida.

El primer capítulo del libro, «La evolución y el cubo de Necker,» Antonio destaca la diferencia entre «evolución» y «teoría evolutiva,» aunque yo habría puesto mucha más carne en el asador al respecto de la existencia de múltiples teorías evolutivas. La evolución es un hecho, pero hay muchas teorías que la explican y ninguna es más verdadera que las demás, todas se complementan en ciertos aspectos; la realidad es así, ofrece múltiples prismas, pero que todos colapsan gracias al contexto, a ese contexto común a todo nuestro conocimiento que obtenemos gracias al método científico. La ciencia no está escrita, no está acabada. La ciencia está viva, se construye y deconstruye cada día, confome las teorías se matizan y refinan, se descartan y mutan.

No me gusta el concepto de «neguentropía» de Schrödinger, ni las ideas de Prigogine que Antonio expone brevemente en su segundo capítulo «¿Qué es la vida?» Aún así, quiero destacar del final de este capítulo su definición de vida: «La vida es una propiedad que nosotros asignamos a un sistema abierto, neguentrópico, autopoiético, alejado del equilibrio termodinámico, disipativo y autoorganizado gracias a la sinergia emergente de sus subsistemas; además, este sistema es capaz de reproducirse, mutar y reproducir sus mutaciones.» Como bien nos recuerda Antonio, «no existe una línea en la naturaleza que delimite lo vivo de lo inerte, las líneas divisoras las creamos nosotros.»

El brevísimo capítulo tercero, sobre la importancia de que los doctos se confiesen ignorantes, sobre todo si son docentes, porque la ciencia es la ignorancia compartida, deja una sensación extraña. Con perdón, Antonio, pero los tres primeros capítulos del libro, o bien sobran, o bien piden a gritos una discusión más detallada, quizás un nuevo libro específico. A mí no me han gustado, como tampoco me han gustado las referencias a la física en muchos pasajes del libro (para decir «En 1959» sobra toda la retórica sobre el big bang, la evolución del sistema solar, la de la Tierra, etc.).

En resumen, me ha gustado el libro y lo recomiendo a los lectores de este blog. A quienes también recomiendo, para abrir boca, la charla de Tay en este vídeo sobre «El error del pavo inglés,» y la reseña de Uhandrea para Naukas.